Del cobijo de mi ser
soy un niño escondido
callado, atento y tranquilo…
Me gusta el ladrido de los perros al estar con
ellos
porque hay ladridos graciosos – el sol picante y
repelente ahora no mi amigo,
soy de lluvia, de frío y neblina – pero en su
tono tropical.
Con limones retiro la sed
de mi paladar y con azúcar mantengo el gusto,
sigo mirando el horizonte y recuerdo cada lugar,
cada aroma y cada mirada
de una que otra persona.
Hay ganas y deseo como siempre
entre titubeos,
yo guardo de todo aunque ‘el miedo’
ya haya llenado veintiséis frascos,
de un decolorado líquido que no pierde su olor.
Ya hay tanto palabreo que sé que no lees con
interés
pero entre mis pequeñas manos
guardo esperanzas
(infinitas ellas viven y esperan calmas)
y virtud en continuar largos caminos
con mis pequeños pies también,
acumulando kilómetros (aunque sea en círculos),
acumulando sensaciones, aburrimiento y
pensamientos…
Creyendo que así funciona todo,
creo que así es el susodicho destino
hasta hacer el despido.