No hay a quién culpar.
Inconsistencia en pensamientos
que
se intensifican con la distancia,
ahora
con fiebre y estando calmado
trato
de ir sacando a pedacitos algunas
palabras
que completen historias picantes,
las
cuales mis ojos quieren leer para luego
imaginar
y otro tanto recrear en el llanto.
Y es
que estando en calma puedo abrir el panorama
de
todos mis sentimientos.
Cruje
mi estómago y yo sigo ocupado,
se
acumula mi trabajo y mis lecturas
con
punzadas agobiantes en la espalda…
Es el
estrés, eso ya lo sé. Seguimos, por eso escribo.
El
claro ejemplo de que somos animales
con
intensas y poderosas pasiones, pero no
puedo
pretender y lo he repetido pero
me
aprendo la oración… Que me esperes
para
que disfrutemos en pasión,
aún
se amarran en mi cuerpo fuertemente lo miedos
y
las
inseguridades que me hacen incapaz
pero
también
me hacen el valiente solitario que simplemente imagina
y
escribe
cada potente historia que a casi nadie
le
gusta leer.
Yo
siempre he sabido que las oportunidades
las
tengo perdidas, no se besar y eso no está mal…
La
fiebre no se me quita,
ya
tomo un sorbo de mi infusión y
continúo
pensando.
Creo
que he gastado tanto pensamiento
visualizándome
cosas contigo,
sobre
todo, los abrazos, las risas y los cuentos cotidianos;
poderte
verte a los ojos
ya es
un sueño lejano, aunque deseo fuertemente
se
convierta en algo cercano.
Ilógico
es comprender que sin tenerme me esperes
y no
uses tus formas seductoras
y
sacies tus deseos más profundos y placenteros…
Ilógico
es pensar que me vas a esperar
cuando
llegue a ti un hambre y el desenfreno y ya está,
a
servirte y comer en espontaneidad.
No
hay a quién culpar y es una lástima
porque
tampoco tus historias de amoríos
me
quieres relatar,
quisiera
saberlas para poder interactuar,
para
poder copiar de otros y evitar esos mismos errores tontos.
No
hay a quién culpar,
la
distancia fue el encuentro más cercano que tuvimos
y el
muy posible que tendremos,
porque
la verdad no me voy arriesgar sí sé
que
no me vas a valorar, como en mi imaginación
pretendo
y así será…
No
hay a quién culpar,
o
quizás es a mí
por
formar castillos de arena
cuando
las olas del misterio y la mentira
siempre
van a golpear fuertemente…
Ya la
fiebre me está bajando
y
pienso otro poquito más.
Desde
luego no hay a quién culpar
pero
guardé todas tus fotografías,
las
que mantenían mi ilusión activa.
Es
una lástima
pero
no
hay a quién culpar,
solo
quedan nuestras pequeñas frases cordiales
de un
buen día,
unas
buenas tardes
y a
veces unas muy buenas noches;
y
solo eso tenemos porque
no
nos vamos a esperar.